MI ANTIGUA NEIVA
Esta historia muy neivana, sucedió cuando uno podía sonreír y caminar por las calles con las manos fuera o dentro de los bolsillos, cuando los limosneros no pedían plata, cuando una casa con bombillo rojo en la noche era señal de diversión. Eran tiempos bellos, cuando los ladrones atracaban con pundonor, robaban, pero no mataban, en las tiendas se fiaba y al zapatero de la cuadra las niñas le pagaban el arreglo de los tacones dejando cogerse los coditos lascivamente. Era la Neiva que había dejado el autoferro, pero que apenas había llegado la empresa Coomotor. No era la Neiva de ahora, donde los ciegos ven lo que se les da en la limosna, cuando el adúltero madrugaba para llegar a su casa, pero no para ir a la misa. Entonces era una ciudad apacible, veía pasar todos los días, por la Avenida La Toma, a la Sildana, una anciana que vestía de soldado, pues su hijo había muerto en esta fratricida guerra de sesenta años, vivía en el Batallón Tenerife, iba al Parque Santander y cuidaba de un pequeño zoológico, que era la atracción de niños. Era la Neiva linda de mis recuerdos, cuando los mongólicos eran gordos, los curas pecaban, pero con mesura y las suegras eran menos mañosas. Eran los tiempos de cuando en El Pasaje Camacho se vendía la mejor fritanga del país y no se mataban a los hinchas del Artrítico Huila. Una Neiva sin disculpas, con Puente Torcido, con El Pez que Fuma, con el Café Real, con El Taurino, con la Plazuela de los Sapos y con la bruja Encarnación Cometta. En el barrio de Ventilador no se contaba con parques ni con ciudad de hierro, pero si con la gracia y las payasadas de Pomponio (protegido de los Rubiano) o el tonto Olivo, de la familia Núñez Silva y qué no decir del tonto Oidén el hijo de la señora Luz Moyano. Conocí una señora, a la que se había muerto su única niña y quedó loca por ese motivo, le decían "Se le murió la niña" y a correr se dijo, porque esa loca sino lo alcanzaba a uno, lo lograba con su puntería para las pedradas, a mí me descalabró varias veces. No se si los vecinos del barrio la Primavera, o Barrio la Toma, conocieron una señora que se llamaba Hortensia Rivera, era una loca que decía ser la hermana menor del bardo José Eustacio Rivera Salas, un día se acostó a las orillas de la quebrada de La Toma y ésta crecó y se la llevó, la salvaron don Marco Tulio Avilés (padre del Dr Gerson Avilés) y mi papá, desde ese momento la loca Hortencia bebió tanta agua, que la quebrada no volvió a crecer..se la bebió toda.
Recuerdo al doctor Plinio Pindalú, un personaje pintoresco que nadie sabía si era loco, inteligente o retrasado mental, frecuentaba el Parque Santander para dialogar estentóreamente con los transeúntes, pues jamás aceptó que le dijeran gritón, decía “Todos los animales somos iguales”, “Pegarle a una mujer es el primer signo de homosexualidad”, cuando la policía intentaba dominarlo para sacarlo del parque, por insultar al gobernador o alcalde de turno, gritaba: “Acepto irme del Parque, pero si me dan las llaves de la Gobernación”. Era el Plinio polémico e intransigente, regañón a quienes que todos les ponían cuidado a sus peroratas. Una vez quiso ser cuerdo y posó como tal, pero ya estaba en el manicomio.
Recuerdo al doctor Plinio Pindalú, un personaje pintoresco que nadie sabía si era loco, inteligente o retrasado mental, frecuentaba el Parque Santander para dialogar estentóreamente con los transeúntes, pues jamás aceptó que le dijeran gritón, decía “Todos los animales somos iguales”, “Pegarle a una mujer es el primer signo de homosexualidad”, cuando la policía intentaba dominarlo para sacarlo del parque, por insultar al gobernador o alcalde de turno, gritaba: “Acepto irme del Parque, pero si me dan las llaves de la Gobernación”. Era el Plinio polémico e intransigente, regañón a quienes que todos les ponían cuidado a sus peroratas. Una vez quiso ser cuerdo y posó como tal, pero ya estaba en el manicomio.
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