lunes, 16 de enero de 2012

EL MEDICO CARGATABLAS


Hoy día del médico, me ha visitado el recuerdo de una pintoresca anécdota, que resume el estigma legado que nace de la sencillez y de la solidaridad. Ocurrrió el primer día de mi llegada a la ciudad de San José del Guaviare, un 1 de septiembre de 1990. Ese día decolamos en el el Aeropuerto Capitan Jorge Enrique Gonzalez Torres, a la una de la tarde, fui recibido por el cuerpo médico del Hospital San José del Guaviare, su Director Miguel Angel Cerón Molina y el Jefe del Servicio Seccional de Salud Doctor Marco Alirio Riaño Olarte, después del almuerzo de recibimiento, me alojaron el el Hotel El Pórtico (después en la vieja CASONA), en ese tiempo su propietario era el Odontólogo Cancino, eran las 4 de la tarde y por  el calor insoportable,  decidí salir a conocer el cementerio de la ciudad, siguiendo una vieja enseñanza de mi padre, que sugería que cuando  visitara un pueblo o una ciudad, lo primero que debía de hacer era conocer el cementerio, que al observar el arte de los mausoleos, se podía colegir o tener conocimiento de las familias mas poderosas  y ricas, dada por la la belleza arquitectónica que estas obras ofrecen. Saliendo de este sacro lugar, vi pasar a un  y enjuto viejo y cansado albañil, que cargaba solo, unas doce tablas grises por el uso y contacto con el cemento. Se mostraba agotado por lo cual me conmovió a ayudarle en su trabajo de transportarlas, al cual accedió sin premuras, no nos presentamos  el uno al otro. Caminamos unas 15 cuadras hasta su casa en las afueras del pueblo, llegamos cansados y sudorosos, las calles resecas y rojizas por el verano, reflejan la luz candente del tórrido sol que ofendía los polvoriento ojos. La señora de la casa, joven y atenta me ofreció un vaso con jugo de mango, la vi muy joven y muy bonita para que fuera la esposa de mi nuevo mejor  amigo albañil. Estaba bien vestido y me enmugré al socorrer con mi ayuda, la señora obedeciendo señas de su esposo,  me trato de dar unas monedas a manera de pago, cosa quel no acepté.
Tres dias después, ya me hallaba en mi desempeño de médico rural, prestando mis servicios en Consulta Externa y en Urgencias. En la consulta programada, me llegó  la señora esposa del albañil, la cual reconocí al instante, pero me hice el neutro, como quien no la conocía, como que era la primera vez que la veía. Ya terminando la consulta, la señora me dice que tiene la sensación de haberme visto antes, a lo cual respondí que era nuevo y que llevaba un dia trabajando tras la posesión de mi cargo. La señora seguía fija exclamando la idea de que mi cara le era conocida y luego como al recuerdo rápido como de un rayo, me dijo:" No, no lo he visto, pero en verdad que en este pueblo hay un tontico muy parecido a Usted, incluso trasantier le cargó unas tablasa mi esposo, hasta mi casa, fue tan bobo que no me quiso recibir algunas monedas". No pude quedarme callado, le dije: "Mi señora ese tonto que ayudó a cargar tablas a su esposo y que no te quiso recibir unas monedas y que bebió un vaso de jugo de mango ofrecido por Usted, yo lo conozco y es quien te ha atendido en el día de hoy".
La señora empalideció un poco, pero no mucho, me dijo que era de admirar esa actitud solidaria de mi parte, que eso refleja la calidad de la formación de los médicos de la  facultad de medicina donde habia egresado. No se disculpó.
Al día siguiente, a la hora del almuerzo, la señora que nos servía  la mesa, me dijo: "Hay en el pueblo un bisbiseo que dice que tu no eres medico sino un simple carga tablas o quizás unayudante de albañilería, que siembra duda pues parece imposible encontrar un doctor cargatablas, por estos lares".
El colmo no pudo ser más, la mayoría de la gente cuando solicitaba cita para consulta, expresaba que querían ser atendidos por el médico cargatablas.

Sixto Alfonso Páramo Quintero

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