sábado, 12 de diciembre de 2020

Visitando a mi viejo y mi nuevo hospital

VISITANDO AL HOSPITAL UNIVERSITARIO DE NEIVA
Hace dos días hice una visita nocturna a mi Hospital Universitario de Neiva. y lo comparé en sus interminables 365 noches de mi viejo hospital de internado con la noche de hoy. Todo habia cambiado en lo que a tecnología se refiere, hoy todo es redes, digitalización, software y monitores, pero no las noches, siguen siendo las mismas, hoy más poéticas con mis remembranzas. Todo no  ha cambiado en ese paisaje nocturno de tétrico hospital. Pasillos y habitaciones ya no desiertos. Sin paredes estremecidas por la humedad. Sin la  luz mortecina que lame los techos. Me dio tristeza del ausente  eco de unos pasos trepando las escaleras de mujeres escalando hacia las habitaciones de los médicos internos. Ya no había  esa odiada gotera que  caía con la  regularidad de Immanuel Kant. Desaparecieron los rumores de sexo clandestino, de bocas crispadas y de deseosos  gemidos silentes. Desapareció el viejo árbol de mamoncillos, frente al pabellón de Psiquiatría, por donde subían las féminas sedientas y bajaban pródigas de Cupido. Sigue conservado el olor viejo y nuevo a hemoglobina y a orines solamente viejos; a formol de la morgue. Sirenas de ambulancias que llegan o se van. Portazos. Gritos. El viento silba a través de los vidrios y ventanas entreabiertas. Las ruedas de una camilla rechinan trabadas  sobre el piso nuevo. Siluetas sobre camas desvencijadas de dos cuerpos cubiertos, una con la cabeza escondida debajo de la colcha. Una madre triste  canta una canción de cuna a su nieta que acaba de morir. Un suspiro y un suspirado. El llanto contenido de un hombre que se tapa la cara con las manos porque lo han sorprendido enamorando a una viejita a quien recién en la mañana le habían practicado la histerectomía. Hombre ya muerto de vergüenza, sin hiel  pero enamorado. Una mujer se cubre los pechos lánguidos con una sábana sucia, con su mastitis bilateral en clínica de heridas. Se tiembla de frío y de indignidad. Suenan las alarmas de los monitores, gritos de las enfermeras  y el soplido de los respiradores. Una jungla de animales fantásticos ladrándole a la noche mira el accionar de los médicos heróes que han alejado por un tiempo a  la muerte. Levanto un pliego de cartulina y en letras negras dice:" Fuera maldito Procurador Ordóñez:  Petro se queda". Las cosas brotan en la noche como un mar de libélulas en una atmósfera de campo de guerra mediática. Todo es sombrío, gris, lúgubre y frío. Sólo los médicos se sienten a salvo en un lugar como éste. No quieren irse. Sueñan con volver, cuando se van. Se sienten como en su casa. Nadie más, sólo ellos vivencia esta molicie diaria. Porque somos los médicos los más enfermos de todo el hospital. Para terminar estas vivencias puedo afirmar que el ruidito de un beso, en la noche del viejo hospital dinamitaba todas las penumbras, encendía los corazones y era la cuota inicial, predecesor de lo bueno. Sixto Alfonso

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