La pobreza y la impotencia de la imaginación nunca se manifiesta de una manera tan clara como cuando se trata de imaginar la felicidad. Entonces comenzamos a inventar paraísos, islas afortunadas, países de cucaña. Una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación y sin muerte. Y, por tanto, también sin carencias y sin deseo: un océano electoral para cada 2 o 4 años ahogar el poder magnifiente del voto, que trueca por dádivas creyendo que el politiquero nos va a cambiar el pais de mierda por un paraiso o un maná.
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