sábado, 6 de octubre de 2018

CAMINANDO POR LAS CALLES

Caminando por las calles de mi ciudad, veo que nadie presta atención por nada ni por nadie, no saben ni que suelo pisa. La gente parece despiertamente dormida, caminan como entes, desconcentrados como autistas o endrogados, ..... y ...¿saben por qué? por el uso indiscriminado no tanto del celular sino de sus aplicaciones electrónicas, verdaderos bazucos de silicio que impiden a la gente a ser libres y no esclavos.

CARTAS

CARTAS
Las cartas son pruebas hermosas mediante las cuales verificamos como desde la infancia, nuestros hijos dejan su impronta con sus padres y con sus hermanos y familiares. Ayer revisando libros y revistas de mi biblioteca y mirando los libros y cuadernos de infancia que conservamos de Isis, Santiago y Antanas, pude disfrutar gratamente de ese género epistolar entre hermanos. Relatos bonitos llenos de amor filial, inocencias y hasta dibujos graciosos, llenos de imaginaciones fantásticas, ilustran la felicidad de sus vivencias. Quiero invitar a mis amigos a que escriban cartas manuscritas a sus hijos así vivan aún en vuestras casas. No esperemos escribirles cuando ellos ya vivan en el cielo. Escribirle cuando ya no están en el ciclo vital, puede ser beneficioso para tratar de mediar el duelo, pero les aseguro que es mucho mejor escribirles cuando están vivos y ellos puedan leerlas.

RECUERDOS DE MI PADRE


En mi adolescencia, vivía con mis padres en la vieja casa del barrio Ventilador, en Neiva, casa que mi padre construyó. Me quedó grabado para siempre aquella noche cuando le vi postrado y enfermo. Mi padre se sentía muy débil, sus fuerzas lo habían abandonado y parecía como si su alma estuviese por partir, dejando sólo un cuerpo moribundo. Siendo el dolor intenso de su quejido en su pecho el anuncio de un infarto agudo de miocardio serio y final.
Cuando se dio cuenta que moría, tomó mi mano y susurró en mi oído, con sus muy pocas fuerzas apretaba mis manos, dijo que algún día fuera hasta su pueblo natal de Piedras, cerca de Ibagué, en el departamento del Tolima. Me pidió que visitara las playas del Río Opia, único en Colombia con ostras de agua dulce, que visitara una casita de paredes blancas pintada con cal, hecha de bahareque, donde vivió con mi abuela Cervelia Moreno Troncoso; que era un lugar muy hermoso como una Arcadia, asi lo dibujaba con el lápiz de los recuerdos. Dijo con su voz cansada, que allí encontraría a su alma, reposando sobre la línea azul en el horizonte del Río Opia, que puede mirarse desde la ventana.
Y luego, sumergido en los dominios de esas bellas fantasías, de aquellos paisajes donde el río le suspiraba grandes alegrías y las olas se deslizan cantando sobre la arena parda, que lo habían trasladado lejos, muy lejos pero que él describía cerca y muy cerca, proyectándose sobre su cuerpo los rayos finales y sombríos de la muerte.
Remembranzas de mi padre, que me enseñaban desde niño que además del palustre, el agua, la arena y el cemento, es decir después del trabajo arduo - me dijo- solo la lectura te hará feliz, al menos en la geografía amada de tu conciencia. Años después , para unas fiestas de un 20 de enero, día de San Sebastián, visité el municipio de Piedras Tolima. Recuerdo que ese día estaban de gozo, celebrando con bailes y misas sus fiestas patronales. A la salida del pueblo, cuando el río Opia besa el histórico y amado terruño, por la margen izquierda, diviso una blanca y hermosa casita de bahareque pintada de cal, como si fuera nueva, con una puerta antigua de dos abras, una superior y otra inferior y una ventanita minúscula de colores verdes. Golpee pasito sobre la puerta, desprendiendo sus maderas, gratos sonidos musicales , pero se fue abriendo con la velocidad fantasmal propia de las casas abandonadas. 
Entré, expectante, la soledad y el silencio solemne me erizaron todo el cuerpo. Miraba los rincones y el techo, el piso y los taburetes, dos cujas, un espejo que dimana una imagen borrosa y gris, que al acercármele se fue saliendo una imagen más clara de él, era el alma de mi padre que se acomoda dulcemente en mi pecho, por ello no sentí miedo y la llevo grabada en mi corazón. También vi una hamaca, que al mirarla denunciada su desuso de décadas, lo mas deslumbrante estaba sobre una vitrina que en lugar de vidrio tenía un anjeo roto, había un cuadro, con su asa de caulla por encima, voltee el cuadro y con sorpresa aparece una foto antigua de mi padre, tomada en su juventud. Sentí tanto miedo que salí obligado por los nervios y el sobresalto Luego. averigüé con algunos moradores cercanos, quienes comentan que la casa  desde hace 30 años está abandonada, que las ánimas impiden la entrada de los ladrones, que la casa no se deteriora porque los espíritus la mantienen contra pura y constante contra la fuerza dañosa de los tiempos y de los siglos: como antiquísima y recién pintada.